jueves, 29 de enero de 2009

Ya no eres tú / Y sólo me siento ahí

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Ya no eres tú

Ya no eres tú. Ya no es nada ajeno al armazón que encierra mi podrido corazón, ya no hay razón. Así soy, así he de ser, así he de morir.

Es frío, es blanco, es rojo, tiene sabor a hierro y sal.

Ya no eres tú, ya no eres el ángel de alas negras que me destruyó. Ya no es el pobre instrumento que se negó. Ya no hay camino que caminar, ni río que navegar.

El dolor que me hiciste padecer aun lo siento atascado en el pecho, sacándome los ojos con plumaje de cuervos negros, picando mi alma llena de agujeros, y mi piel amoratada, casi muerta. Y las sombrías noches que lloré eran razón para seguir, ahora nada de eso tengo. Hasta eso me arrancaste. Me arrancaste un brazo y los motivos.

Todo ha huido, jaurías de bestias nómadas que rabiosas se alejaron, furiosas, negras en culpa y rojas en pasión. La nada es transparente, sin sabor. La nada me arranca la carne de las manos, me hace desangrarme, me hace sentirme tan sólo entumecido.

Ya no eres tú, ni soy yo. Es el sol que cumple sus ciclos, y la luna que es fría y lejana. Es la ciudad amurallada en torretas de electricidad. Y es el cardumen que viaja sin dirección. Es el hoy, la falta del mañana, la tristeza de un ayer tan desastroso y violento que me provoca náuseas. Y las llagas de mis manos, de mis brazos, de mi rostro no son nada, sólo la putrefacción de estar inmóvil por tanto tiempo.

Aun espero la soga pendiendo del torcido árbol, aun espero el metal por debajo de mi carne, de mi piel, de mis pasos a un piso inmaculadamente blanco. Aun espero que las bestias regresen y me hagan trizas, me destacen, me corrompan y envenenen para poder seguir en cínica farsa. Aun espero tus ojos negros, que... ¡demonios!, son más bellos de lo que recordaba.

Y aun espero la oportunidad de destruirte, como tú lo hiciste.

Ya no eres tú. Ahora es todo lo que carece de razón.

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Y sólo me siento ahí


Y sólo me siento ahí. Inmóvil, sin vida, triste y abatido, como ha sido desde el principio de mis días. Sin timón, sin mapa, sin estrella que me guíe. Perdido.

La tempestad arrecia y lo único que puedo hacer es quedarme sentado, callado y muy quieto. En silencio, con la saliva amarga, con los ojos ardiendo, la mirada gacha y el corazón podrido. Intentando poner alas a máquinas que simplemente no pueden volar, arañando mi ataúd, la ansiedad mordiéndome las uñas.

El alma hecha un harapo, mi cuerpo hecho un ovillo.

No hay nada, tan sólo cansancio; de mirar las estaciones y los días cancelados en un calendario, de escuchar el batir de las alas y ver marchitarse a las flores, de comer ceniza y vomitar sangre, de en vano tratar, de en vano huir. Siempre logra atraparme.

Ni un dedo puedo mover, estoy derrotado, con la yugular sangrando y las piernas rotas, nadie daría un peso por mí. Ni un dedo puedo mover, mucho menos mi corazón bombea sangre, mucho menos albergo esperanza, mucho menos logro vivir.

No sé ni cuando pasó, cuándo morí, no lo sentí. Y serafines con incienso me bendijeron, sus tres pares de alas les tapaban el rostro, y tuve visiones de los campos Elíseos.

Y sólo me siento ahí. Inmóvil, y muerto.

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