jueves, 25 de febrero de 2010

Segunda Trepanación: El día de los chacales


Nunca entenderé a los automovilistas: el volante les hace creer que insultar a los desconocidos es un imperativo.

En un pueblo, si alguien habla solo es porque está loco; en una ciudad, no: es de lo más común. Habitual soledad.

Vi a un hombre hablando solo. No estaba loco. Parecía más bien que trataba de recuperar sus raíces: hablaba en inglés en una ciudad mexicana.



Un pasajero cortándose las uñas en el autobús: asqueroso. (Y el cortauñas, más aterrador que la música de Bernard Herrmann en Psicosis.)

Anoche lo inimaginable en la transmisión del canal 34 antes del Grito: una bandera negra con un círculo rojo y dentro una gran A de Anarquía.

Me recargué en el brazo de la silla y cerré los ojos: música de cláxones.



Pareciera que hubiera extraviado la razón por la que no soy automovilista, pero ya la recuperé: tiene que ver con sociabilizar.

Curioso, el giro negro del domingo: en el estacionamiento de muchos negocios automovilísticos venden pancita y pozole o son taquerías.

Anteanoche, antes de esa discusión en la taquería, a las 2 AM: una veladora prendida en la esquina de León Guzmán y Humboldt.



En una de las orillas de Heriberto Enríquez y Las Torres: un indigente comiendo una sopa Maruchan. «Rápida, sabrosa y nutritiva».

Ahora es una estrella demolida, en González Arratia y Primero de Mayo: una de mis casas favoritas.

Leí la promoción y al bajar la vista vi que una pareja entró al Hotel Albert; ¿no sabían que el Laffatt, a una cuadra de ahí, es más barato?



Ordóñez no es mi verdadero apellido: es el de un desconocido.

Lo dicho: el peor librero –si así se le puede llamar– que conozco es el señor Castillo.

Cuando llegaste a Toluca te propusiste no ser un estudiante sobresaliente. Un logro del que te enorgulleces.



Siempre que pasaba por esa refaccionaria de motocicletas, me preguntaba si alguien de ahí conoció a mi padre. (Morelos e Isabel La Católica)

Arrastras tus pasos. (¿Cansancio?) Ruido: comparable al de un futuro grisáceo.

Banderas de clubes de futbol ondeando y rehiletes en las tumbas.



Ridículo, fotografiarse con un birrete en Rectoría.

El sábado, un taxista maldecía en voz alta (sobre todo cuando le pagué); el de hoy silbaba. Taxistas: incapaces de disimular.

Morelos y Pino Suárez: en las bocinas de una camioneta de la policía municipal de Toluca, a todo volumen: Super Stereo Miled.



No supe decodificar la invitación en clave: ¿qué significará «le boleo los zapatos por cinco pesos» a las doce de la noche? Lo curioso es que el señor de lentes oscuros me lo preguntó antes de verificar que a mis zapatos les urge una buena boleada. Agradecí su atención y cuando yo ya daba vuelta a la esquina reviró: «o si quieres yo te presto cinco pesos»...

Mentira que no se me entienda nada: en Sanborns, una mujer oyó perfectamente cuando le rogué a Cecilia que admirara esas persuasivas nalgas. De reojo, la mujer rodó su desprecio y se fue sin que pudiéramos apartar la vista de sus caderas y la turbación de su indiscreto encanto.

De por sí era impactante saber de la gente que duerme en los cajeros automáticos. Hoy la vi. El alma, partida.



«Un señor que se hace cama», le oí de refilón a una güerita que resbalaba sugestivamente en medio de un telefonema. (Ella, recostada.)

Al caminar por la banqueta recordé ese sueño donde el pavimento era el río que lo engullía todo. Fragilidad. Pavor al cruzar la esquina.

Me acuerdo de Javier, compañero de la universidad: con el ardid de venderle un coche, le quitaron el dinero y la vida. Murió calcinado.



Un taxista me contó de una señora que se persigna al pasar por la estatua de Carlos Hank en Toluca creyendo que es la del Papa. Verídico.

En la escuela preparatoria conocí la incorrección del vocabulario toluqueño: «reciclar», cuando repruebas una materia y debes recursarla.

La iglesia es lo más valioso para los ancianos de la Capilla de los Dolores: retiran la basura del enrejado... arrojándola a la calle.



Angustia por un perro que atravesó penosamente la avenida. ¿Qué buscaba en el camellón? Echarse en el pasto, a salvo. Efugio.

Hacimiento de rentas: ahora cerraron la lectura del tarot, ahí donde antes había una cafetería que ostentaba el emblema del homosexualismo.

Desconfianza: cuando la estación favorita del taxista es la de Grupo Miled. Suelen ser abusivos al cobrar.



Comprobado: en la Uaemex tienen la mala costumbre de dejar encendidas las luces de sus oficinas (de la biblioteca central, por ejemplo).

La señora –influenciada por el alarmismo de los medios– estrelló un vaso en la mesa, ante el silencio de los comensales. Quería una disculpa.

Era de llamar la atención que tardara tanto en el baño. La segunda vez miré su nariz y me pregunté si enrojecía a causa de una esnifada...



Una cruz antes y una después del puente del bulevar López Mateos. Más adelante lloró al ver a un indigente cobijado con cartones y plástico.

Una monstruosidad más de la radiodifusión: «Marco Antonio Solís, el poeta del siglo»... (¿Qué diría de él Octavio Paz?)

Hoy mismo, al coincidir con Juan Dosal en un cajero automático, me acordé cuando vi a Guillermo Ochoa en un puesto de periódicos. Toluqueños.



En la sala de espera, una pareja y sus hijos. No sé si quisiera estar como él: feliz, aunque los otros tres no lo sean. (Ocultismo.)

La política, fincada en los gestos: un diputado que ya se siente gobernador instruye sobre cómo deben fotografiarlo; ¿para eso lo eligieron?


¿Cuántas veces me tropecé en la lectura? Perdí la cuenta de mis errores. Mantengo agachada la cabeza. No sé a dónde voy...
(«sucede que las palabras se hicieron piedras en el camino», cerró ausente– Carla Valdespino)

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[25 de febrero, 9 a 10 horas, Preparatoria del Instituto Simón Bolívar.
Las fotografías fueron de Miguel Maldonado.
Alonso Guzmán leyó exitosamente– fragmentos de su novela corta El día de los chacales]

2 comentarios:

sauska dijo...

camino al df, imposible ir, imposible compartir, imposible escuchar...

Gabriela Clayton dijo...

ya no pude ir T_T qué mal me siento de verdad