viernes, 13 de febrero de 2009

Venturosos

Venturoso es aquel que duerme entre los cojines de una conciencia tranquila; venturoso su sueño apacible, parecido, en el mayor de los casos, al trotar de los ciervos y al aroma de la hierba reflejada en los ojos de las damas. Venturoso el que se despierta cada mañana y siente, en cada poro, esa vitalidad del mundo, siente la mirada de los otros grandes venturosos. Venturosos ellos que han reconocido a tiempo el aroma del amor y sus matices y que reposan tranquilamente junto al regazo de su amante, su verdadero amante, el que les ha tocado de una vez y para siempre.
Esa es la ventura de aquellos que se han arriesgado y han perdido, sí, pero se detienen con sus raíces y hebras; aquellos derrotados que, sin embrago, navegan en esos barcos neumáticos de la vitalidad sobre el agua redonda de la indiferencia que significa el mundo (y vivir). Esa es la ventura de los pocos, de aquellos que saben el destino de su viaje y reconocen los olores tropicales de la esquina y sus puertos; así, ellos, los que con ventura se lanzan al vacío y al lleno, resplandecen entre la bruma de las tangentes y no se pierden, saben el camino; en las bifurcaciones del sí y del no y avanzan con el rostro, a veces curtido de llagas, hacia su cadalso, porque saben, como pocos, que la vida es un cadalso, es un fin, solamente.
La ventura no es para nosotros. No, nunca lo ha sido. No la conocemos. La ventura es para aquellos que huelen a ropa limpia y se frotan el cuerpo con una sonrisa que apenas se acaba. La ventura es para el hombre que ama Gabriela a pesar del tiempo y la distancia y el silencio. Para ellos es la ventura, para ellos se detienen las aves y cantan sus arremangadas sinfonías, sus vegetales milongas. Para nosotros no es nada, no hay ventura; estamos negados desde el momento de nacer. No somos pobres, ni débiles ni sin fortuna, tenemos todo lo que los otros tienen: casas, vida, aire, tardes rojas, sábanas limpias… menos, y esto es verdad, esa ventura.
Venturosos los que se han dejado abrazar entre la lluvia una tarde de marzo de 1999 frente a una ciudad hecha mierda por el aire. Venturosos los que con su brazo cobijan otro cuerpo que late a su lado y despiertan con el fragor de los de viajes y reencuentros. Sí, ellos son los venturosos a la derecha del padre, con el brillo en su sonrisa y la confianza, esa confianza que desvirga a las prostitutas y a las universitarias. Son los que no se pierden en los dobleces de las hojas; los que señalan hacia el horizonte y se les mueve el cabello con algún júbilo. Venturosos los que escucharon los viejos acordes de su rabia. Ellos, sí, son los venturosos, deseados por los deseados, imposibles y supremos, arrogantes en la arrogancia, los que beben cerveza fría sin torcer los labios, los que reparten los cigarros con su gracia. Ellos, que han quemado corazones y lo han negado.
Así, la ventura es para ellos que no beben mezcal hasta las tres de la mañana. No es la vieja borrachera en los ojos. No es el decir basta hasta el cansancio y masturbarse a la luz de la pornografía. No es salir a la calle con los hombros derrotados. No es asirse del astrolabio para buscar un confín. No es el confín. No es la ventura eso que deja el cobre en los labios, ni el ayuno voluntario, ni eso que se dice en la desesperanza: muerte, homicidio, horca, bala.
Venturosos son aquellos que llegan y son besados en los labios y escuchan con frecuencia un “mío”, “nuestro”, “juntos”. Esos son los venturosos, los que tienen eso que desean, los que lo tienen y lo conservan como una moneda de barro, el apéndice, el colon.
Cuando los venturosos están juntos se disparan las armas y flores. Se detienen los buses. Aparece lo que se ha perdido (debajo de la cama, detrás de librero, entre las hojas de un libro de Canetti), se encuentran los viejos recuerdos y brotan los olvidos, asalta la memoria. Cuando los venturosos se encuentran, nosotros dejamos de estar, ya no somos; sólo son ellos. Nosotros perfumamos ese campo de traiciones, pérdidas, alejamientos, rupturas, cortes, carne fresca, sangre en la letrina, vómitos rojos, cantinas cerradas, mismas charlas, enfermedades; somos ese olor que hay debajo de los venturosos, la composta de ellos, florecientes, luminosos. Luciérnagas, si se quiere.
Qué sé yo.

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