lunes, 27 de junio de 2011

El otro jueves

¿Sí? -preguntó, como quien contesta el teléfono y oye a cambio una voz desconocida y entrecortada.
En su mente, la interferencia era rítmica, pero en su oído la negativa rezumbaba. Sentía que era el retorno de la derrota, la amargura que no extrañaba, el beso sin labios, la saliva en la garganta, el sexo disfrutado por otro, el desaire. No era una súplica. Su mirada no podría verse así, no cuando era él quien estaba atado y los nudos tuvieran un nombre: Silvia.
¿Sí? -volvió a preguntar, ahora con la aguja del tacón entre sus piernas. Cómo responder, si con el llanto apenas podía hablar. La tormenta se acercaba: voz de trueno era la de ella, la que lo arañaba. Dientes que son uñas y una garra su lengua de fuego. El #silencio, siseado por Silvia.
¿Sí? -preguntaba con el aguijón en la cola, contoneándose. Reía. Parecía que sus colmillos se afilaban sin fin. Lo saboreaba: el inútil rodeo del zarpazo cuando escriba en su pecho: ¡Sí!
Exiguo, el sí se leía escurridizo, garabateado. Silvia quería más. ¿Sí? -escupió, y las lágrimas secas reverdecieron. ¿Sí? -y él en la silla, abandonado, ya no tuvo habla para decir: Sí, Silvia. La confesión del infiel terminó antes, degollado.

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