lunes, 20 de junio de 2011

Jabalí

El tiempo es un ombligo y los recuerdos el cordón con que le damos cuerda. Eso pensó su hermana. Hace poco. Vio sus ojos: dos lápidas y no una. Se sintió descalza. La arena movediza asfixiaba su pecho. No podía caminar. No hablaba: su corazón era un árbol enraizado en el cementerio. En su corteza las letras, tasajeadas, balbuceaban una historia, un ruido secreto: como el de un sello. Una moneda. Un pordiosero. ¿Qué significaba esa D? Su hermana la petrificaba con un tatuaje de hierro: el olvido. Zapping mental. No podría adentrarse más allá de vaciar esas dos maletas que no le pertenecían. La suya, sobre todo. La llave del destino. La vibración al correr el cierre. Zíper. Sí. El taladro enjaulado. Un giro. Un gato. Un cerrajero. El rastro le era ajeno, lejano; su rostro, un callado tintín. Sus palabras en el pentagrama con el rasgo del efecto Doppler. La sombra de su hermana y el peso de su existencia: soñarla confirmaba su propia muerte. Débora abejoneaba. Débora no era su hermana. Por dentro, era un jabalí.

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