viernes, 10 de junio de 2011

Monótono café

Hoy nada pasa, nada sobre qué escribir, la cotidianidad disfraza las calles frente a mí, frente al café, nada que sea diferente. El micro-sardina salpica de ruido la avenida con sus achaques de edad y de entre las ventanillas un rostro opaca los demás: una beldad se desvanece en el mar de cuerpos, en la desesperación por refugiarse en su hogar. Veo a los niños de la secundaria que diariamente espantan la calma efímera: una intenta ahorcar a su compañero mientras él acerca el rostro para alcanzar sus labios y virginidad. Se van luchando violentando al amor, los otros tres comparten un venerado cigarro aprendiendo a fumar, enverdecen al expulsar su inocencia por cada tos impulsiva que dan, otras juegan alzándose la blusa y falda, les gusta verse semidesnudas en los ojos de otros, y pienso yo: ¿por qué no fui puberto en esta época? Defecando en el parque un perro bien vestido huye de la obligación de recoger su caca, forzado por su ama a base de tirones de correa; el animal es ella y el humano él. En una mesa en el restaurante vecino, una dama con gran escote presume sus voluminosos pechos con facciones de enfado, trata de pasar inadvertida, constantemente muda de lugar sólo para picarle los ojos a otro sediento.
No hay nada para contar el día de hoy, nada; tal vez aquel tipo que vestido de negro, pelo medio largo y barba desaliñada, y con aires de español, impaciente, desenrolla sus audífonos, desata el nudo que vincula su tranquilidad, justo al retirarse, escapa con fuerte volumen de sus tapones: un fragmento de una canción conocida, y pienso yo: este quiere quedarse sordo del mundo.

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