lunes, 20 de junio de 2011

Un sueño

Había que estar todos los días antes de la una de la tarde para que los fantasmas no se llevaran a los dos niños a la muerte. Y ahí estaba: su sola presencia era suficiente para espantarlos. Protegerlos o abandonarlos era tan frágil como llegar tarde a una cita. Apagó su cigarro y se acercó a ellos; debían estar juntos al momento que los fantasmas arribaran. Separarse era la muerte. Los niños no sabían qué significaba ese ritual, el mismo todos los días a la una de la tarde; pero el miedo no provenía de esa costumbre ajena, sino del pequeño temor por aquellos que descendían elegantes de una carroza. Era eso y el temblor propio de un niño, al sospechar que los demás podrían oír sus pensamientos. Leían, para que fuera ruidosa la escucha. Un sueño, era su lectura. A la una y un minuto los fantasmas tuvieron que irse como la marea que se desvanece. El final aún no estaría escrito.

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