No basta con oír la
música, también hay que verla
Ígor Stravinsky
Polvo que quiso es tu
amor. Un desierto. Nubes desvencijadas. Nubarrón y el invento desvanecido. La
vida pendería de tus labios si no estuvieran momificados y mi corazón fuera algo
más que las cenizas de tu olvido: un ave sin alas. Una puerta falsa y la
inmovilidad de la aldaba.
¿Te acuerdas de ese
libro de Cristina Rivera Garza sobre un manicomio que fue conocido como La
Castañeda? Palidecería con esta otra historia de una mujer que enloqueció por
su propia belleza. No se sabe su medicación ni lo que su voz interna encerraba.
Su expediente es una camisa de fuerza y solamente sabemos su nombre, Norma Jeane
Baker, y que deambulaba por la segunda calle de Donceles.
Quisiera que tu nombre
no me lastimara. Duele pensarlo. Mi frente se desgarra en dos y en cuatro si me
detengo y me dedico a tu alma. Cama de sábanas verdes. Con calma, te cobijaste
diciendo que el tiempo secretos no sabe guardar. Y huiste. Escribiría tu
nombre, Mundo, si no lo hubiera borrado. Yo te nombro desde mi ventana: Baldío.
Solares baldíos,
cantaste en otra parte, con una voz que lo iluminó todo: los sueños, las hojas
secas, el oleaje, la máscara negra y la huella de una sombra. Las estatuas
masticaban como jabalíes, mientras el viento merodeaba y se arremolinaba en los
escombros y los laberintos. Todo resplandeció, hasta enceguecernos.
Tristes y ciegos son
todos los amores, Enriqueta. Te ama, como el serrucho a la yugular: Henry.
Las agallas de
enfrentarse a uno mismo escasean, Abel. La tormenta y tus espuelas bramaron por
una orquesta salvaje y la jungla negra de tu caballera, enfebrecida, por una
excursión de caza mayor. No importa que acabe la vida, dijiste, convencido, ese
último amanecer. Sobrevivió tu gallardía. Por ti brindamos en este cerro los
dolientes.
Otro poeta que huyó
del dolor del mundo y se refugió en la soledad de los bares inundados por
magueyes. Ahí se envenenó con el fuego del amor y todas las noches, abrasado,
se preguntaba si era ella o el mar de tenerla en él lo que lo anclaba a esa
ruina. Lo que lo arponeaba. Lo que los hería de placer.
Tu soledad es tan grande
y no puedes huir. Ahora es la metrópoli. El tren. El insomnio. El vuelco. El
corazón. Quizá la estación del infierno y todos los escalones por descender.
Luz, no me preguntes
por la poesía japonesa: no estoy armado de certezas. Soy El Que Torna Sin Fin,
en la oscuridad. El que observa desde una habitación vacía, sin techumbre. Sin
ciudad.
Lo comprenderás al ver
abierto el libro de Xavier Villaurrutia sobre su buró. Nostalgia de la muerte.
El gemido de uno de sus pies desnudos te contemplará entre las sábanas. Los
muslos, en un vahído imperecedero. La vaharada en el espejo será el hueco para
tu silencio y tu sepultura: nadie velará tu sueño al bajar por esa escalera. Nadie.
Decían que nada los
iba a separar. Lo dijeron con tal vehemencia que cuando llegó el día sus
palabras eran como la sombra de los huesos roídos por un perro. O, como Pedro
Páramo, un desparramadero de piedras. «Ruidos. Voces. Rumores. Canciones
lejanas». O papiroflexia: la figura de un sombrero al doblar una cabeza. Nada.
Cuatro veces ya has
tratado de despertar. Las ramas de tu voz no resuellan. En tu pecho abierto un
corazón en forma de búho se posa y te inmoviliza. Cine mudo: tu voz, nerviosa,
no resuena. Solamente las garras de un «te amo» te precipitarán a la
vocinglería. Cinegética.
Ir al revés. Acercar.
Temblar. Andar. Poner. Descolgar. Girar. Enfermar. Cortar. Vacilar. Sonar.
Estallar. Brincar. Largar. Extraño. Hermoso. Terrible. Placer. Vivir. Partida.
Con el atardecer.
Yo no sé si ese perro
pareciera de nagual. Me cuesta creer que sus ladridos se alarguen más allá de
esta valla. El humo es lo único que nos queda como verdad: en México casi todo
es mentira...
Poseer el mundo en forma de imágenes es volver a experimentar la irrealidad y la lejanía de lo real
Susan Sontag
1 comentario:
me gustó la del payaso!!!
Chris, ya tenemos que buscar cómo publicar todas estas palabras e imágenes
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