sábado, 27 de octubre de 2012

Habitable

Escuchándolos al otro lado de la ventana, más allá de las paredes que se derrumban o agrietan, me he quedado sin cama ni piso, sin retratos colgados. Sé que del otro lado llueve, porque ahí se encuentran, todos, llorando, queriendo posada. Vagabundos de un “afuera” que no sabe ni huele a nada, tocan quedo, lamentándose quizá en otro tiempo, cual mito. Se alejan, como un rumor, perdidos, y los ratones viejos se resguardan en el ático: polizontes en casa sugestionados por derruidas e improvisadas entradas. Infectos de colérica locura, juguetean con los fantasmas: las ideas. Por eso en las noches, que es todo el día, mi corazón sólo escucha aleteos, tétricos chillidos, mordidas, y despierta. Ya no hay techos que resguarden de letales heladas y libre, el filoso viento, corretea a la mugre entre los pliegues de mi alma; el fango se apropia de las esquinas en la existencia.
Hace tiempo que he dejado de pintar y pagar la renta, y en medio de la sala se ha formado un hoyo negro, de donde toda luz escapa.

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